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ТПП исп лекции и материалы / Учебник тпп исп 4 curso 2 lengua.docx
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TEXTO 3

Mi pueblo

Es un pequeño pueblo, muy pequeño, casi una aldea. Pero cuando lo recuerdo, pienso que no podía haber nacido en un sitio mejor. Sus calles, sus casas, su gente, han dejado en mí una huella imborrable.

Para un extraño es un pueblo campesino cualquiera, pero para mí es algo muy mío. En mi recuerdo nunca ha cambiado, sigue igual que lo conocí.

No tendría más de trescientos habitantes. Su alcalde, don Juan López, el señor Juan para sus amigos.

El ayuntamiento era un caserón antiguo de dos pisos, con su portalada y sus dos escudos nobiliarios que tan orgulloso mostraba el alguacil a los escasos visitantes.

Las callejuelas empedradas tenían un sabor antiguo, de pueblo de Edad Media, que llegaban retorciéndose a la plaza en donde estaba la iglesia.

Era una iglesia maravillosa, que quizá no encajaba bien en un pueblo tan sencillo.

Toda ella infundía respeto: su nave, grande y algo sombría; sus enormes columnas de piedra, frías como el arroyo que bajaba del monte; y su retablo, que en la misa mayor brillaba como el oro con la luz de cientos de velas. Un Cristo Crucificado presidía la nave desde el centro del retablo. Decían que era del siglo XV, pero no era eso lo que atraía de él. Era su expresión, a la vez de dolor y de infinita ternura. La iglesia tenía una torre con su campanario. Sobre él, el inevitable nido de cigüeñas que un rayo había chamuscado.

Lo que más especialmente recuerdo es la escuela. Sólo tenía una clase, en que, juntos chicos y chicas, vivimos nuestra vida escolar.

El maestro era un anciano canoso, de voz suave, pero enérgica. Tenía un carácter muy abierto y alegre. Con cuánto cariño recuerdo su figura apoyada en un bastón de caña, que tan hondo ha calado en mi ser.

El sitio preferido por la chiquillería era un pajar semidestruido con un carro en igual estado, un carro que había sido barco pirata del Oeste, avión y mil cosas más. Aquello era nuestro paraíso.

Mis padres tenían huerto con frutales y una cuadra al lado. Sólo había tres vacas y alguna que otra gallina, pero es más que suficiente para nosotros.

Muy cerca de la huerta, nuestra casa, con enredadera en el porche, era, como todas las casas del pueblo, bastante vieja. Tenía un piso y, encima, un pajar. En él me solía pasar largos ratos con cantidad de proyectos y maquinando mil trastadas.

Detrás del pueblo había una pequeña colina que dominaba todo el valle. Allí subíamos, cansados de correr y jugar, y nos tumbábamos a la sombra de los árboles. Los atardeceres eran deliciosos desde allí. Todo el pueblo olía a heno fresco, a naturaleza, bajo la hirviente luz del crepúsculo. El río, que corría un poco alejado, despedía un fulgor rojizo. El valle me recordaba un pañuelo de mil colores.

Ahora que estoy en la ciudad, acude constantemente a mi memoria la imagen de este pueblo, que ha llenado un trozo muy grande de mi vida y que ocupará siempre un lugar de honor en mi corazón.

LAS TAREAS: